La familia, las relaciones intergeneracionales, los proyectos personales y el acceso al trabajo profesional es lo que más importa a los estudiantes de las universidades católicas de todo el mundo.
Los alumnos de estos centros se muestran poco abiertos a las responsabilidades del ideal humanístico de generosidad social de las instituciones educativas que han elegido, y orientan sus estudios a obtener titulaciones y competencia profesional, pero no a movilizarse en busca de verdades y de compromisos sociales. Estas son las conclusiones del informe «Las culturas de los jóvenes en las universidades católicas. Un estudio mundial», realizado por el Centro de Coordinación de la Investigación de la Federación Internacional de Universidades Católicas (FIUC), presentado en la Universidad Pontificia Comillas ICAI-ICADE.
El objetivo del informe ha sido poner a disposición de los gestores de las universidades una imagen de las representaciones y valores compartidos con los que sus estudiantes dan sentido a lo que hacen en su vida universitaria. Para ello, se ha entrevistado a una muestra total de 16.588 estudiantes en 55 universidades de 34 países en cinco continentes, de los que el 64 por ciento eran mujeres.
Según el informe, el 77 por ciento de los estudiantes de centros católicos espera de los estudios universitarios conseguir un trabajo bien pagado, una vez obtenido el título, para lo que consideran que deben centrar sus esfuerzos en obtener un buen expediente académico; de hecho, el 53,6 por ciento solo espera esto de la universidad.
Una de las preguntas planteadas a los alumnos es por qué eligieron universidades católicas. El 83,4 por ciento dijo haber tomado la decisión por sí mismo, no por presión familiar o conveniencias forzosas, y, en la actualidad, el 87,7 se siente orgulloso de pertenecer a ellas, un porcentaje que desciende al 57,5 en Europa Occidental. Los factores que más pesan en la elección son: el prestigio académico (43,6 por ciento en Europa Occidental, 62,7 en América del Norte, 77,7 en África, 64,2 en India y 27,9 en el Asia Este); la fama de preparar buenos profesionales, el valor de sus títulos en el mercado, el buen ambiente de estudio y, en último término, su identidad católica (4,9 en Europa Occidental, 14,4 en América del Norte, 22,3 en África, 18,1 en India y 1,0 en Asia).
Interrogados por las tres cosas más importantes en sus vidas, llama la atención el peso que dan a sus familias (93,8 por ciento de la muestra global), seguida por el estudio (44,0), la pareja (32,9), la religión (21,0) o la política (1,3). En respuesta a otras preguntas, son mayoría los que dicen sentirse cercanos o muy cercanos a sus padres, así como los que afirman que coinciden del todo o mucho en su manera de ver las cosas. Sin embargo, comparándose con sus progenitores, se consideran menos conservadores, más individualistas e interesados por el dinero, más tolerantes y felices.
En lo que afecta a la vida universitaria, dos tercios acuden a las universidades a aprobar sus cursos, pero esquivan el resto de iniciativas que les ofrecen los centros. En Europa Occidental son todavía más los que “solo van a lo suyo”. El compromiso con la responsabilidad social del saber, que las universidades de la FIUC pretenden transmitir conforme a su ideario, sería uno de los aspectos que un amplio sector de los estudiantes elude.
Los proyectos que los jóvenes dicen tener para los próximos 15 años permiten dar una idea de sus orientaciones. Priman los objetivos de encontrar un buen trabajo (62,4 por ciento), formar una familia (45,5) y ganar mucho dinero (30,3); mucho menores resultan el interés por trabajar para una sociedad más justa (8,0) e, incluso, implicarse en política (1,5).
Estos universitarios son optimistas: el 91 por ciento cree que tiene por delante una vida prometedora y el 86,9 confía en que podrá conseguir la mayoría de sus metas en la vida. Según la escala utilizada, un 7 por ciento tiene una autoestima alta, el 55 media alta y un 28, baja. Respecto a sus vidas, creen tener un control medio de ellas, se sienten bastante felices y satisfechos y piensan que están llenas de sentido. No obstante, su confianza en sí mismos no se extiende necesariamente a los demás y las instituciones: algo más de un tercio de los estudiantes, proporción no desdeñable, no confía en nadie (21) o solo en personas cercanas (15). El individualismo se acentúa en su relación con las instituciones: confían bastante (puntuación media: 4,9 sobre 6) en las educativas; algo (3 a 4) en las religiosas, ONG, fuerzas armadas, ONU, justicia, empresarios, bancos y sindicatos; poco (2 a 3) en gobiernos, policía y administración pública, y nada (menos de 2) en políticos.
Otro de los temas estudiados es su percepción del mundo en el que viven. Los estudiantes no están plena ni firmemente seguros de que hoy se viva mejor que nunca (solo es así para el 52,8 por ciento de la muestra) y, menos aún, de que esto responda a una mayor liberalización económica. Aspiran a que, pese a ser los individuos responsables de sus propias necesidades, el Estado tenga un papel importante en esta cuestión, y a que sea posible un estilo de competitividad que permita a los individuos y sus ideas progresar, sin que individualismo y competitividad lo sean todo.
El estudio ha detectado que las respuestas de los universitarios en temas éticos no resultan coherentes. Por una parte, al preguntarles sobre la admisibilidad de determinadas infracciones, parecen ser bastante rigoristas, sobre todo las mujeres; pero cuando se les pregunta en general si la bondad o maldad de nuestras acciones depende o no de las circunstancias, la mayoría es bastante relativista.