Marino Pérez Álvarez, Universidad de Oviedo
El llamado Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad, conocido por las siglas TDAH, se define por una serie de “síntomas” agrupados en tres tipos: inatención (por ejemplo, el niño “a menudo no presta atención”), hiperactividad (“a menudo se mueve mucho”) e impulsividad (“a menudo no espera su turno”).
Según la concepción estándar, se trata de un trastorno del neurodesarrollo de origen genético y altamente heredable, que comienza en la infancia y continúa con frecuencia en la edad adulta. Se suelen detallar numerosas consecuencias perjudiciales a menos que se diagnostique y medique a tiempo, entre ellas: retrasos escolares, accidentes domésticos, lesiones, desempleo, accidentes de tráfico, divorcios, drogadicción, criminalidad y hasta mortalidad prematura.
Pensando el TDAH
Es cierto que el TDAH es un diagnóstico muy controvertido, con posiciones que cuestionan su entidad clínica. Este cuestionamiento se da entre los distintos profesionales implicados. Así, hay psiquiatras que sostienen la entidad del trastorno, muchos de ellos líderes de opinión, pero también los hay que lideran campañas en su contra. Otro tanto ocurre entre pediatras, psicólogos y pedagogos.
En el ámbito educativo, aunque predomina la posición a favor del diagnóstico, también hay personal escolar indignado. Entre los padres también hay irritación por la presión que reciben de los centros escolares y de las asociaciones para buscar el diagnóstico. Sin embargo, los padres que defienden el diagnóstico están más organizados y apoyados y son más visibles.
La controversia acerca de si el TDAH existe o no existe ya no da más de sí, ni se puede resolver en términos empíricos y científicos. Los críticos muestran que es insostenible y quienes lo sostienen están convencidos de su entidad y se basan en la evidencia. ¿Cómo se entiende esto?
Esto es posible debido al modo de pensar establecido. No se repara en el hecho de que es una forma de analizar el tema, pero ni es la única, ni está obligada a serlo por la evidencia científica. El problema de esta corriente de pensamiento es que no se piensa a sí misma, sino que tiene lugar por defecto, sin reparar en lo que implica.
Este modo de pensar no es otro que el modelo biomédico. Sus asunciones y procedimientos tienden a confirmarse a sí mismos, bajo el supuesto de estar describiendo una realidad, exenta de prejuicios e independiente de los métodos.
Dos aspectos muy sutiles, pareciera que objetivos y neutros, están en la base de este pensamiento: el concepto de síntoma y la división TDAH/no-TDAH. El mero uso del término “síntoma” convierte conductas normales de los niños en supuestas manifestaciones de un trastorno. El concepto de síntoma, lejos de ser inocente, implica enfermedad.
Un diagnóstico retroalimentado
Por su parte, la división entre TDAH/no-TDAH es fácil de hacer. En realidad, el diagnóstico es tautológico. Los padres llevan al niño al clínico: “¿Qué le pasa al niño, que no presta atención y se mueve mucho?”. “Tiene TDAH”, dice el clínico. Si ahora los padres le preguntaran al clínico “¿Cómo sabe que tiene TDAH?”, entonces el clínico diría: “Porque no presta atención y se mueve mucho”. No existen otras pruebas (electroencefalográficas, neuroimagen, etc.) que sirvan como diagnóstico.
El lenguaje de los síntomas y la dicotomía conllevan tres efectos: túnel, zoom y reificación. Mientras que el efecto túnel consiste en ver al niño a partir de ahora como “un TDAH”, el efecto zoom magnifica los síntomas como principal identificación del niño. Por su parte, la reificación consiste en asumir el “TDAH” como una cosa que tiene el niño y la causa de lo que hace.
A partir de la dicotomía, se buscan patrones neuronales y genómicos asociados con los diagnosticados de TDAH. Aun cuando los hallazgos son, en el mejor de los casos, escasos y ambiguos, se explotan y magnifican. Sin ser ninguno claro ni concluyente, presentarlos como “datos convergentes” sugiere una evidencia que en realidad no es tal. Sin evidencia que la justifique, la dicotomía entre “desarrollo atípico” (TDAH) y típico o normal (no-TDAH), sigue adelante. Esto, a pesar de que la neurociencia para nada permite hablar de cerebro atípico o típico sino, en su lugar, de neurodiversidad.
Con todo, los mayores problemas del modo de pensar biomédico están en que suele llevar a la medicación e impide ver el problema de otra manera. Aun cuando la medicación produce una “mejoría” que por lo común satisface a padres y profesores, no por ello resuelve el problema. Como se va sabiendo, su mayor efecto a largo plazo es la disminución de la estatura, sin mejorar el rendimiento escolar ni, al final, los “síntomas” por los que se había dado la medicación.
De síntoma a problema
Lo que se considera “TDAH” también se puede entender de otra manera, como un modo de ser o estilo de personalidad caracterizado por una particular vitalidad, curiosidad y ritmo. Si bien este estilo de relacionarse con el mundo puede entrar en colisión con el ritmo de los demás, también tiene cualidades valorables por sí mismas. Esta forma de vitalidad se combina con la forma de vida actual caracterizada a su vez por un ritmo hiperactivo, impulsivo y multi-atento. De esta combinación puede resultar tanto la exaltación de la vitalidad inicial como su modulación, dependiendo de la educación familiar y demás contextos de la vida.
Esta perspectiva despatologizadora del dichoso TDAH es nueva y merecería que se abriera paso en el panorama de la creciente patologización de la infancia. Por lo pronto, este enfoque podría rescatar a los niños del “fuego amigo” de padres, profesores y clínicos que, sin duda con las mejores intenciones, tienden a convertir su modo de ser en un trastorno a medicar.
Sin dejar de reconocer el problema, cuando sea el caso, este enfoque ofrece ayudas independientes de un diagnóstico. Algunas de estas ayudas pueden requerir el entrenamiento a los padres y profesores en pautas que modulen aspectos del comportamiento, a la vez que respeten y sean más tolerantes con un modo de ser con sus dificultades y cualidades. Hablar de problemas en vez de síntomas, y de ayudas y entrenamiento en vez de tratamiento, ya es un buen comienzo.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
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