En plena efervescencia del debate sobre educación, donde se habla constantemente en torno a metodologías, espacios de aprendizaje, tecnologías o evaluación, parece más importante que nunca la necesidad de recuperar el propósito educativo, centrar el debate en las cuestiones de fondo. ¿Por qué educamos?
Dijo Jean Henri Bouché Peris que «una reflexión sobre los fines de la educación es una reflexión sobre el destino del ser humano», lo que nos llevaría a la inevitable conclusión de que educamos para empoderar personas capaces de mejorar el mundo.
Este es un proceso que exige lo mejor de nosotros mismos como sociedad, requiere una enorme toma de conciencia y responsabilidad, y también soluciones imaginativas y urgentes. Las respuestas tienen que estar a la altura del desafío que enfrentan. Imaginemos qué sociedad queremos y eduquemos para ello.
No sabemos las profesiones del futuro, cuántos años viviremos, qué tecnología tendremos o de qué formas nos relacionaremos. Pero la incertidumbre no puede generar frustración ni relativismo. Hay algo que sí sabemos. Un mundo en cambio constante requiere, más que nunca, personas capaces de navegarlo sin perder de vista el bien común. El mundo será un lugar mejor si todos aprendemos y practicamos cómo mejorarlo.
Y si esto resulta evidente, ¿por qué no lo situamos en el centro de la agenda educativa?
Pasamos una o dos décadas en el sistema formal, entre la escuela y la educación superior. ¿Qué producimos que sea de valor para nosotros mismos y para la sociedad?
Es un nuevo paradigma, dar el mismo valor al aprendizaje de la lectoescritura o las matemáticas básicas que a la adquisición de competencias y voluntad de mejorar el mundo. Es más, las primeras no tienen sentido sin lo segundo. Lo que aprendemos, lo que sabemos solo tiene sentido cuando lo aplicamos para el bien común. De lo contrario, la educación habrá fallado.
Cambiar el mundo en beneficio de todos, aportar soluciones para los retos que enfrentamos como sociedad requiere ser muy inteligentes. Requiere un enorme esfuerzo y disciplina. Requiere excelencia, conocimiento y sabiduría. ¿Alguien dudaba de que podemos transformar el mundo sin todo esto?
Pero también requiere altas dosis de empatía, ser capaz de identificar problemas y tener voluntad para resolverlos, capacidad de colaboración y de asumir liderazgo cuando es necesario, de tener iniciativa. Requiere valores, creatividad e innovación, ser capaz de colaborar, co-crear, comprender un mundo global y diverso.
A mejorar el mundo se aprende practicando. Para llegar a ser agentes de cambio, tenemos que practicarlo. Es imposible aprender esto de un manual o de un libro de texto. Pero en el interior de cada escuela, en cada barrio, en cada familia, hay constantes oportunidades para ello.
David Martín Díaz es autor del libro ¿Por qué educamos? (LID Editorial, 2017). Es Director de Ashoka España y de su estrategia de Educación Changemaker. Su trabajo mereció el Premio Magisterio 2015 y el Premio Genio de Honor en Educación 2017. Ha trabajado muchos años de educador y como mentor para jóvenes.
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